domingo, 27 de diciembre de 2015

Pasó otro solsticio

sin más rastro de tu presencia que la querencia, el ardor de mi cama fría y la desilusión de un horizonte que oculta tu figura, del ruido del tráfico que no me deja oir tu risa y de farolas que matan a las estrellas.

Me dijiste que eran "tonterías mías". Pues debo ser tonto de remate, porque mis sentimientos siguen sin cambiar un ápice. Intentaste convencerme de que no te amara, ¿crees que no me lo digo a mí mismo mil veces al día?

No pude evitar decirlo como no puedo callarlo en este momento, que me revienta el pecho. No, no espero nada, me niego a ser como ese supuesto predador que es el macho de mi especie, que calla y acecha, esperando su oportunidad. Las cosas claras.

¿Esperaba algo? Miento si digo que no anhelo, pero hasta ahí llegaría. No se puede construir sobre una mentira, ni amistad ni nada, y ése fue el motivo por el que te lo dije. Ése y no otro.

No creo que vuelva a oir de ti, éso no me impide mirar a mi alrededor esperando ver tu cara, saltar en seco ante cualquier notificación de mi móvil. Como la golondrina que estudia las estrellas buscando el camino a casa, así busco yo un indicio de que me llamas.

Eres instinto de un modo que no sé explicar, que no creo que la ciencia pueda explicar... a menos que empiecen a usar dardos tranquilizantes con las parejitas del parque y les tomen análisis, como hacen con los osos polares.

Te extraño, vida mía. Ojalá me dijeras "hola".

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