sábado, 30 de abril de 2016

Ocaso.

Leopoldo veía posarse en el prado las nieves de lo que sabía era su último invierno. El pelaje otrora lustroso se caía a mechones con los que cubría una cama en su cueva, aterido y sin defensas ya, la garra roma de escarbar hielo para comer hierba acartonada, las fauces carcomidas por el roce con la celulosa y la carencia alimentaria.

Oteando de nuevo, la nariz aventando.

Nada, de nuevo. Nada nuevo.

Leopoldo volvió a la cueva, cada vez más seguro de que se estaba acercando al final de la pesadilla que comenzó como un sueño.

Deseando el consuelo de la nada.

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