mi entrega tozuda me mantiene de pie y me derrumba, me mata y resucita, me reencarna en amante, amigo, confesor, cómplice, admirador, devoto y (¿por qué no?) crítico.
Tuve ocasión de pasearme de nuevo por donde rescatamos a aquella abeja, junto al molino. No puedo sustraerme, es donde la perenne vendedora de helados acecha con su furgoneta para evaluar el desarrollo de mis hijas.
Esa imagen tuya de piernas de cuatro millas brotando de la breve falda a la sombra junto al molino sigue conmigo. Te estoy viendo ahora mismo.
Y no te veo por ninguna parte.
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