con destino a ninguna parte se escolla en el arrecife horizontal de asfalto que se empeña en ocultar el camino de tu casa a la mía.
No escribo palabras encendidas, arrullos o nanas. El saber tus ojos ausentes de mis líneas sólo dejan espacio a una elegía desgarbada como Rocinante, como su jinete.
Los gigantes resultaron ser molinos, y yo parezco convertirme en harina a cada paso.
Queda en mí ese palacio de mármol donde tu violonchelo duerme entre bolas de naftalina, ansiando el beso de tus dedos en el diapasón y la pasión de tu arco.
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