Sigo sin entenderme, poseído por el recuerdo de aquellas horas sin fin y, sin embargo, demasiado cortas, en las que nuestras voces jugaban en nuestros oidos. Voces a veces cortadas por los avatares de la telecomunicación telefónica.
Sigo esperando volver a oirte contra toda esperanza, nada ha cambiado, tan sólo un poco más de gris en la barba y unos milímetros más de calva. El tiempo no perdona.
Sigo como aquel día en que te sentaste a mi mesa, no digo más.
Sigo sabiendo que lo que te dije de que te iba a esperar es dolorosamente cierto, porque (sin pretenderlo), sigues de inquilina en mí.
Quisiera que tuvieras razón, que fueran tonterías mías, un capricho pasajero. Quisiera que tuvieras razón al pensar que no eres importante para mí. Quisiera que tuvieras razón al pensar que no eres (como te dije), el amor de mi vida, vida mía. No son palabras que digo a la ligera, No recuerdo haberlas dicho antes.
Quisiera que tuvieras razón pero, en éso, me temo que te equivocas. Y qué más le da a nadie, ¿verdad?
Hay que joderse.
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