Leopoldo yacía agazapado sobre su vientre. El único movimiento en el prado eran las briznas de hierba mecidas por la brisa y los triángulos de sus orejas. Ojos diamantinos clavados en el rojo del ocaso.
Una pika se le acercó.
-"Maestro, ya no haces versos sobre pezuñas que regresan."
-"No."
-"¿Abandonaste la espera?"
-"No. Espero en silencio. Me quedé afónico. Las canciones que me quedan esperan a su regreso para poder nacer. Anidan en mi pecho. A cada piedra que cae por un terraplén le atribuyo el sonido de sus cascos."
-"No puedes seguir así."
-"¿Qué remedio me queda?"
La pika, contagiada de melancolía, se retiró a su lecho de heno a pasar el invierno. Leopoldo también.
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