martes, 15 de marzo de 2016

Otra noche

de sentirme amorfo en esta masa de agua con electrolitos en una bolsa de keratina que da en llamarse mi persona. Un trozo de carne palpitante consciente de que existe como maldición para sí mismo a quien no se permite dudar de su existencia.

Aquí.

Ahora.

Otra noche de haberme arrastrado hasta una distancia de tres metros del banco de ordenadores que me darían acceso a mis trabajos, supuestamente para mi desarrollo personal. De nuevo en la biblioteca.

No me encuentro con la presencia de ánimo para acercarme a un teclado y marcar la contraseña. Menos aún, para la retirada a mi cubil individual con una cama que se halla más vacía cuando me encuentro dentro.

Soy ochenta kilogramos de una nada ensordecedoramente callada, que grita en el teclado.

Nada.

La tuya es mala ausencia, ¿por qué no decirlo? Duele cuando falta a quien amas. Duele como una cascada que brota desde mi diafragma y amenaza con rebosar mis ojos en público.

Hora de esconderse en el servicio. Ya lloraré con la almohada.

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