sábado, 15 de agosto de 2015

Cómo pesa todo hoy.

Esa sensación de desasosiego de ser un intruso en la propia vida de uno, esa aflicción de melancolía terminal de sentirse como un reloj al que se le acaba la cuerda mientras golpea las campanitas con su martillo.

Esa sensación de ser un espectador en que un antihéroe se las pasa recibiendo patadas, sin poder ni recostarse. En que cada migaja de afecto no es sino el preludio de otra patada.

Debo seguir, porque lo que me queda no me pertenece. Hay otra generación esperando a la que le debo un mejor comienzo del que tuve, a la que le debo algo mejor que la traición de quien comparte mi ADN. A quien le debo el crecer sin miedos, miedos como los que llevaron a que alguien cerrara la puerta (parece) a cal y canto.

Una vida tardé en comprender esa rima. «Por una mirada, un mundo...».

Joder, a qué precio se aprende. Cómo pesa este maldito mundo sobre mi pecho, que añora tu cabeza cada vez que me tumbo.

Me dijiste que te culpara para hallar la paz. No puedo, por más que encuentre poca culpa por mi parte.

Intenté odiarte y no funciona, porque se me acabó hasta el odio de quien se lo ganó a pulso, con años de traición y abuso diario.

No puedo odiarte sin convertirme en el tipo de persona que aborrezco, y éso sí que sería mi final. Aunque siguiera respirando y la bomba en mi pecho siguiera latiendo.

Soy el de la celda de al lado de Edmundo Dantés en aquella prisión, enterrado en vida.

Enterrado tras mi mirada aparentemente calma.

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