Ávido el ojo avizor a los avisos que pueda beber, encontrando los mejores chistes en el espejo.
Enceguecidos por el fetor del silencio sepulcral, mis oídos disciernen el recuerdo de susurros íntimos, gritos de odio y miedo, risas infantiles y las seis cuerdas de bajo que le faltan a mi guitarra.
Leopoldo lee los labios de las nubes al besar las cimas del K-2. Le llaman loco ya, pero le importa poco. Preso de aislamiento en sí, él sabe lo que sabe.
Textura verde de piel de naranja de mi baño, conocedora de desnudeces.
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