Un vecino de mi pueblo está en el trullo. Sevilla es un pueblito a base de esteroides, pero un pueblito al fin y al cabo.
Mi paisano, Fernando Madina, bajista, vocalista, poeta del pueblo y sus ansias de libertad del cacique y la lechera, está preso en una cárcel americana tras una desaparición forzosa de tres días. No se puede negar que asusta, y mucho, el que puedan hacer éso con una persona tan conocida como Madina.
Me crucé con él, hace veinte años ya. Amigo de un amigo. Como ya dije, Sevilla es un pueblecito. Siempre hay, como mucho, tres relaciones de distancia entre dos personas cualesquiera (mera licencia poética).
Seguro que no le importaría que le llamará Fernando a secas, pero no estaría bien. La impresión que me llevé fue la de un tío más largo que un domingo sin un pavo, incapaz de hacerle daño a una mosca. Un tío llano y sin pretensiones de artista (como muchos que hay sin la cuarta parte de su talento y genio). Sólo supe quién era después de que se fuera.
Fernando ya no está desaparecido, sino preso. Preso de conciencia, que los señoritos y los guiris sólo quieren putas, camareros y guardaespaldas. La única guitarra que consienten, la que acompaña a la proverbial pandereta.
Recuerdos de La Alameda de un andaluz en el exilio económico.
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