Estoy empezando a recordar una sesión de improv que hice en inglés. El anfitrión dijo "dame 64000 razones por las que tu cumpleaños me deba importar una mierda." Me rendí tras la número 48 o 62, no me acuerdo bien.
El caso es que, con respecto a tí, tengo más de las que este escritor escocés me pidió con respecto a aquel cumpleaños. No las enumero, gotean de mí día a día. Segundo a segundo.
No hay razón lógica, ¿por qué debía haberla, cuando aún ni los investigadores acabaron sus programas (y becas) de investigación?
Fue aquel almuerzo. Repetiste. Mil escenas de cotidianidad feliz invadieron mi mente y se niegan a salir. ¿Obsesión? ¿Quién se enamora de verdad sin un poco de éso?
Vi tus labios envolver la cuchara, me vi penetrándote y nutriéndote con un potaje de lentejas, me vi al darte orgasmos de fregado de plato y plancha, de lavadora (pon el ciclo de centrifugado, aunque no me creas...).
Nos vi comprando apio, para la mitad de la ensalada que asalte con mi lengua y dientes. Comprando pescado, que sólo a mí me gusta, me gusta el pescado.
Y una lata de leche condensada para nuestro café de música y tertulia de cuerpos... o para esos días en que el café es parte de los mimos que todos merecemos. Aunque pasen 88 años, aún sabré hacerte un café.
Escéptica, claro. Una de cal...
Y, sin embargo, me sorprende que aún no lo entiendas. La decisión es siempre tuya, sólo extiende la mano.
Lo que quieras, lo poco o lo mucho, ya es tuyo.
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